En la década de 1980, Vargas Llosa se volvió políticamente activo y causó sorpresa por sus posiciones liberales de derecha, ya que la intelectualidad de la época se caracterizaba por su perfil izquierdista.
En 1983 fue nombrado por el entonces Presidente del Perú, Fernando Belaúnde Terry, presidente de la Comisión Investigadora del Caso Uchuraccay, cuya misión era aclarar el asesinato de ocho periodistas que habían viajado a la aldea para investigar anteriores masacres en Huaychao, en las que sospechaban que podían estar involucrados elementos de las Fuerzas Armadas del Perú. Pese a que la comisión presidida por Llosa exculpaba a los militares, más tarde se demostraría su implicación en los asesinatos y algunos, como el general Clemente Noel Morán, fueron procesados y condenados a varios años de cárcel.
En 1987, ante los intentos del gobierno aprista de Alan García de nacionalizar la banca peruana, Vargas Llosa se perfiló como líder político, encabezando la protesta contra esa acción. Inició su carrera política y se presentó como candidato a la Presidencia del Perú en 1990.
Durante gran parte de la campaña electoral, fue el candidato favorito. Sin embargo, el súbito crecimiento de la popularidad de Alberto Fujimori, quien hasta 15 días antes de la elección aparecía con menos del 10% de las preferencias, forzó una segunda vuelta electoral en la cual Vargas Llosa fue derrotado.
Después de las elecciones se instaló en Madrid. El gobierno español le concedió la nacionalidad española en 1993, sin que tuviera que renunciar a la peruana, por lo que mantiene ambas. Es miembro de la Real Academia Española.
Vargas Llosa calificó en 1990 como la dictadura perfecta al sistema político mexicano, con el neoliberal Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) en la presidencia de México, dado en el contexto de más de seis décadas de predominancia del PRI en el gobierno, lo que le valió a Vargas Llosa tener que salir rápidamente de México para evitar un problema político.
En años recientes ha evolucionado políticamente a posturas ideológicas más liberales y mantiene vínculos con importantes ex-dirigentes de la derecha de varios países como José María Aznar (ex-jefe del gobierno español), Francisco Flores (ex-presidente de la República del Salvador) o Václav Havel (ex-presidente de la República Checa).
El 29 de septiembre de 2007 participó, con gran sorpresa social por sus anteriores contactos políticos, en el acto de presentación del partido Unión, Progreso y Democracia, prestando públicamente su apoyo a dicho partido.
miércoles, 19 de agosto de 2009
SUS NOVELAS

OBRAS
El desafío, relato (1957)
Los Jefes (1959)
La ciudad y los perros (1963)
La casa verde (1966), Premio Rómulo Gallegos
Los cachorros (1967)
Conversación en La Catedral (1969)
Pantaleón y las visitadoras (1973)
La tía Julia y el escribidor (1977)
La guerra del fin del mundo (1981)
Historia de Mayta (1984)
¿Quién mató a Palomino Molero? (1986)
El hablador (1987)
Elogio de la madrastra (1988)
Lituma en los Andes (1993), Premio Planeta
Los cuadernos de don Rigoberto (1997)
La Fiesta del Chivo (2000)
El Paraíso en la otra esquina (2003)
Travesuras de la niña mala (2006)
TEATRO
La huida del inca (1952)
La señorita de Tacna (1981)
Kathie y el hipopótamo (1983)
La Chunga (1986)
El loco de los balcones (1993)
Ojos bonitos, cuadros feos (1996)
Odiseo y Penélope, teatro (2007)
Al pie del Támesis (2008)
Autobiografía
El pez en el agua (1993)
Películas
Pantaleón y las visitadoras (1975)
Ensayo
Carta de batalla por Tirant lo Blanc, prólogo a la novela de Joanot Martorell (1969)
García Márquez: historia de un deicidio (1971)
Historia secreta de una novela (1971)
La orgía perpetua: Flaubert y "Madame Bovary" (1975)
Entre Sartre y Camus, ensayos (1981)
Contra viento y marea. Volumen I (1962-1982) (1983)
La suntuosa abundancia, ensayo sobre Fernando Botero (1984)
Contra viento y marea. Volumen II (1972-1983) (1986)
Contra viento y marea. Volumen III (1964-1988) (1990)
La verdad de las mentiras: ensayos sobre la novela moderna (1990)
Carta de batalla por Tirant lo Blanc (1991)
Un hombre triste y feroz, ensayo sobre George Grosz (1992)
Desafíos a la libertad (1994)
La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo (1996)
Cartas a un joven novelista (1997)
El lenguaje de la pasión (2001)
La tentación de lo imposible, ensayo sobre Los Miserables de Victor Hugo (2004)
El viaje a la ficción, ensayo sobre Juan Carlos Onetti (2008)
Otras obras y publicaciones
A Writer's Reality, ("Una realidad de un escritor") colección de conferencias dictadas en la Universidad de Siracusa (1991)
Making Waves, ("Haciendo olas") selección de ensayos de Contra viento y marea, publicado sólo en inglés (1996)
Nationalismus als neue Bedrohung, selección de ensayos políticos, publicado sólo en alemán (2000)
El lenguaje de la pasión, selección de artículos de la serie Piedra de toque (2001)
Diario de Irak, selección de artículos sobre la guerra en Irak (2003)
Un demi-siècle avec Borges, entrevista y ensayos sobre Borges, publicado sólo en francés (2004)
Mario Vargas Llosa. Obras Completas, Vol. III Novelas y Teatro (1981-1986), (2005)
Dictionnaire amoureux de l’Amérique latine, ensayos publicados sólo en francés, (2005)
Israel/Palestina. Paz o guerra santa, recopilación de artículos, (2006)
Diálogo de damas, poemas relacionados con las esculturas de Manolo Valdés, Aeropuerto Barajas de Madrid (2007)
FRASES CELEBRES DE MARIO VARGAS LLOSA

1. "Sólo un idiota puede ser totalmente feliz."
2. "La incertidumbre es una margarita cuyos pétalos no se terminan jamás de deshojar."
3.El erotismo es un juego privado en el que sólo el yo y los fantasmas y los jugadores pueden participar, y cuyo éxito depende de su carácter secreto, impermeable a la curiosidad pública.
4.La pasión por la literatura, como todos los buenos vicios, se acrecienta con los años, y con el tiempo se descubre que lo importante no son los libros que se escriben, sino el hecho de escribirlos, el tránsito hacia el libro.
5.La literatura nace del paso entre lo que el hombre es y lo que quisiera ser.
6.Se escribe para llenar vacíos, para tomarse desquites contra la realidad, contra las circunstancias.
7.El periodismo es como una arena movediza en la que te vas moviendo. Lo odias, pero de repente estás dispuesto a cualquier cosa por conseguir una noticia. Es un vicio.
8."El desafío mayor que tiene la cultura de la libertad, de la democracia en nuestro tiempo, viene de los nacionalismos."
9."El genio artístico o literario, no es -en ningún caso- garantía de lucidez política."
10."El nacionalismo es siempre fuente de crispación, de confrontación y de violencia, y eso no excluye al nacionalismo que juega a la democracia al mismo tiempo que a la exclusión. Es, sigue siendo, el gran desafío."
11.La cultura, desgraciadamente, es, sigue siendo, un monopolio de la izquierda convencional, muy inalterable, que disfruta de privilegios y se permite satanizar a quienes no comparten sus ideales."
12."Mi experiencia política no fue grata, pero sí muy instructiva. Aprendí mucho sobre mi país, sobre la política y sobre mí mismo. No me lamento de esa aventura."
13."Los enfrentamientos religiosos son la más antigua forma de matanza que la Historia conoce. Estamos otra vez como al principio."
14."Nada enriquece tanto los sentidos, la sensibilidad, los deseos humanos, como la lectura. Estoy completamente convencido de que una persona que lee, y que lee bien, disfruta muchísimo mejor de la vida, aunque también es una persona que tiene más problemas frente al mundo."
15."Un escritor no escoge sus temas, son los temas quienes le escogen."
16. La política saca a flote lo peor del ser humano.
PREMIOS Y DISTINCIONES
A lo largo de su carrera, Mario Vargas Llosa ha recibido innumerables premios y distinciones. Cabe destacar sobre todo dos de los máximos galardones que se conceden en el ámbito de las letras hispánicas: el Premio Rómulo Gallegos (1967) y, sobre todo, el Premio Cervantes (1994). Otros destacados premios en su haber son el Premio Nacional de Novela del Perú (en 1967, por su novela La casa verde), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (España) (1986) y el Premio de la Paz de los Libreros de Alemania, otorgado en la Feria del Libro de Fráncfort (1997). En 1993 le fue concedido el Premio Planeta por su novela Lituma en los Andes. Un gran relieve en su carrera literaria tuvo el Premio Biblioteca Breve, que se le otorgó por La ciudad y los perros, en 1963, y marcó el inicio de su exitosa carrera literaria internacional.
Es miembro de la Academia Peruana de la Lengua desde 1977, y de la Real Academia Española desde 1994. Cuenta con varios doctorados honoris causa por universidades de Europa, América y Asia; pueden citarse los concedidos por las universidades de Yale (1994), Ben Gurión Ber-Sheeva de Israel (1998), Harvard (1999), San Marcos de Lima (2001), Oxford (2003), Europea de Madrid (2005), La Sorbona (2005), Universidad de La Rioja y Universidad de Málaga (2007), Universidad de Alicante (2008) y los últimos dos en diciembre de 2008 por la Universidad Simón Bolívar Caracas, Venezuela el 8 y la Pontificia Universidad Católica del Perú el 12. Fue condecorado por el Gobierno francés con la Legión de Honor en 1985.
Su casa en Barranco Lima - Perú

De 1974 a 1990, Vargas Llosa vivió en Lima, en una casa propia ubicada en el distrito de Barranco. En la actualidad, en ese lugar hay un edificio de apartamentos donde uno de los pisos le pertenece.
Aunque en este periodo hace también viajes al exterior, a Londres y España sobre todo, de tipo privado o por compromisos: en 1975 es Profesor invitado de la cátedra Edward Larocque Tinker de Columbia University para el semestre de otoño(octubre a enero) y, en 1977, asume la cátedra Simón Bolívar de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Cambridge (1977-1978).
Fotografía de la casa de Mario Vargas Llosa en el Malecón Paul Harris, Barranco. La casa se demolió en 1990 y se construyó un edificio de departamentos en su lugar. Mario ocupa uno de los pisos en sus visitas a Lima. FOTO: "Historia de la literatura latinoamericana", Ed. Oveja Negra, 1984
Mario Vargas Llosa, calificado de ex peruano por el presidente venezolano Hugo Chávez, muestra su pasaporte a la
prensa Desmintiendo al político Chávez, que Mario aun sigue siendo peruano (Caracas,1999)

FUMANDO ESPERO ( Su adicción a la nicotina )

Un jurado de Miami ha condenado a cinco empresas tabacaleras a indemnizar, a medio millón de fumadores físicamente perjudicados por los cigarrillos, con la astronómica suma de 145 mil millones de dólares. El tribunal había decidido, antes, que aquellas empresas delinquieron ocultando información sobre los perjuicios del tabaco y utilizando en la producción de cigarrillos sustancias que aumentaban la adicción. Aunque, desde que dejé de fumar, hace treinta años, detesto el cigarrillo y a sus fabricantes, la sentencia no me ha alegrado tanto como a otros ex-fumadores, por razones que me gustaría tratar de explicar.
Empecé a fumar cuando tenía siete u ocho años de edad, en Cochabamba. Con mis primas Nancy y Gladys invertimos nuestras propinas en una cajetilla de Viceroys y nos la fumamos entera, bajo el árbol del jardín, en la casa de Ladislao Cabrera. Gladys y yo sobrevivimos, pero la flaca Nancy tuvo vómitos sobrecogedores y los abuelos debieron llamar al médico. Esta primera experiencia fumatélica me disgustó muchísimo, pero mi pasión por ser grande de una vez era más fuerte que el asco, y seguí fumando para parecerlo, aunque, estoy seguro, sin el menor placer y a escondidas, todos los años de la secundaria. Mi adolescencia universitaria es inseparable del cigarrillo, de los ovalados Nacional Presidente de tabaco negro y algo picante que fumaba sin parar, mientras leía, veía películas, discutía, enamoraba, conspiraba o intentaba escribir. Tragar y echar el humo, en argollas o tirabuzones o como una nubecilla que se iba descomponiendo en figuras danzantes, era una gran felicidad: una compañía, un apoyo, una distracción, un estímulo. Cuando llegué a Europa, en 1958, fumaba un par de cajetillas diarias cuando menos, y debían de haber acariciado mis pulmones ya los humos y humores de varios millares de cigarrillos.
El descubrimiento de los Gitanes, en París, catapultó mi afición al tabaco; pronto pasé de dos a tres paquetes diarios. Fumaba todo el día, empezando inmediatamente después del desayuno. No podía fumar en ayunas, pero, luego del café cargado y el croissant, esa primera aspiración de humo espeso me hacía el efecto del verdadero despertar, del comienzo del día, del primer impulso vital, de la puesta en marcha del organismo. Recuerdo perfectamente bien que tener un cigarrillo encendido en la mano se convirtió en el requisito indispensable para cualquier acción o decisión, trivial o importante, de la vida: abrir una carta, contestar una llamada por teléfono o pedir un préstamo en el banco. Fumaba entre plato y plato a la hora de las comidas y en la cama, dando la última pitada cuando el sueño me había arrebatado ya parte de la conciencia.
Por esa época, mediados de los sesenta, un médico me advirtió que el cigarrillo me estaba haciendo daño, y que, si no lo suprimía, debía por lo menos reducir drásticamente la ración de tabaco. Vivía atormentado con problemas de bronquios, y los inviernos parisinos me tenían estornudando y tosiendo sin cesar. No le hice caso, convencido de que sin el tabaco la vida se me empobrecería terriblemente, y que, incluso, hasta perdería las ganas de escribir. Pero, al trasladarme a Londres, en 1966, intenté un acomodo cobardón con mi vicio solitario: fumar, en vez de los amados Gitanes, los esmirriados y rubiones Players Number 6, que tenían filtro, menos tabaco y que nunca me acabaron de gustar. Lo hice porque empecé a sentir, en las tardes o noches, a causa de la intoxicación de nicotina, unas punzadas en el pecho que sólo amainaban bebiéndome un vaso de leche.
Pero no fueron los bronquios maltratados ni las punzadas pectorales, sino un médico de Pullman, cuyo nombre, oh ingratitud humana, he olvidado, lo que me decidió por fin a dejar de fumar. Estaba allí, en esa remota localidad favorecida por las tormentas de nieve y las rojas manzanas del centro del Estado de Washington, de profesor visitante, y mi simpático vecino, profesor en la Facultad de Medicina de la Universidad, me veía fumar como un murciélago, día y noche, francamente espantado. Muy en serio, en nombre de nuestra flamante amistad, me pidió que le regalara medio día de mi vida. Lo hice, porque me caía muy bien, pero advirtiéndole que era genéticamente alérgico a las conversiones (religiosas, políticas o medicinales). Sonrió, comprensivo, y me llevó al hospital de la Universidad, donde, durante tres o cuatro horas, me dio una clase práctica contra el cigarrillo.
Salí de aquella visita convencido de que los seres humanos somos todavía más estúpidos de lo que parecemos, porque fumar constituye un cataclismo sin remedio para cualquier organismo, como puede comprobar cualquiera que se tome el trabajo de consultar la enciclopédica información científica que existe al respecto y que no ha podido ser rebatida por ninguna de las comisiones de científicos contratadas por las compañías tabacaleras para tratar de contrarrestar las abrumadoras conclusiones de todas las investigaciones independientes sobre los efectos del tabaco, y, pese a ello, existen todavía -y sin duda seguirán existiendo- millones de fumadores en el mundo. Tal vez lo que más me impresionó fue advertir la absoluta desproporción que, en el caso del cigarrillo, existe entre el placer obtenido y el riesgo corrido, a diferencia de otras prácticas, también peligrosas para la salud -me resisto a llamarlas vicios-, pero infinitamente más suculentas que la tontería de tragar y expeler humo. Ahora bien, a pesar de haber sido tan fanáticamente persuadido por mi amigo de Pullman de la barbaridad criminal que era fumar, seguí haciéndolo por lo menos todavía un año más, sin atreverme a dar el paso decisivo. Pero, eso sí, descompuesto por el temor y la mala conciencia y los remordimientos cada vez que encendía un cigarrillo.
Dejé de fumar el día de 1970 que abandoné Londres para irme a vivir a Barcelona. Fue mucho menos difícil de lo que temía. Las primeras semanas no hice otra cosa que no fumar -era la única actividad que tenía en la cabeza-, pero me ayudó mucho, desde el primer momento, empezar a dormir por fin como una persona normal, sin los accesos de tos que antes me despertaban varias veces en la noche, y despertar en la mañana con el cuerpo fresco, sin la fatiga de antes. Resultó divertidísimo descubrir que había olores distintos en la vida -que existía el olfato-, y, sobre todo, sabores, es decir que no era lo mismo dar cuenta de un churrasco con arroz que de un plato de garbanzos. Juro que no es una exageración, pero el tabaco me había estragado por completo el sentido del gusto. Dejar de fumar no afectó para nada mi trabajo intelectual; por el contrario, pude trabajar más horas, sin aquellas punzadas que antes me arrancaban del escritorio, mareado, en busca del vaso de leche. Las consecuencias negativas de dejar de fumar fueron el apetito, que se me multiplicó, y me obligó a hacer ejercicios, dietas y hasta ayunos, y una cierta alergia al olor del tabaco, que, en países donde todavía se fuma mucho y por doquier, como en España o América Latina, puede complicarle la vida bastante al ex-fumador.
Como suele ocurrir con los horribles conversos, en los primeros tiempos me volví un apóstol del anti-tabaco. En Barcelona, una de mis primeras conquistas fue García Márquez, a quien, una noche, en un bar de la calle Tuset, lívido de horror con mis historias misioneras sobre los estragos de la nicotina, vi arrojar la cajetilla de cigarrillos a la pista y jurar que no fumaría más. Cumplió lo prometido. A varios de mis amigos de esos años convencí de que dejaran de fumar y adoptaran vicios más sabrosos y benignos, pero fracasé estrepitosamente con Carlos Barral. Mi celo apostólico fue mermando con los años, sobre todo a medida que, en buena parte del mundo, se multiplicaban las campañas contra el cigarrillo, y el tema adquiría en ciertos países, como Estados Unidos y Gran Bretaña, ribetes paranoicos, poco menos que de cacería de brujas. Hoy día es imposible, en esos países, no sentir una cierta solidaridad cívica con los fumadores, que han pasado a ser, en muchos sentidos, ciudadanos de segunda clase: perseguidos, prohibidos de practicar su adicción casi en todas partes, se los nota, además, acomplejados, avergonzados y conscientes de su lastimosa condición, como los leprosos en la Edad Media.
Desde luego, es muy justo que las compañías que fabrican cigarrillos sean penalizadas si han ocultado información, o si -delito todavía más grave- han utilizado sustancias prohibidas para aumentar la adicción, pero ¿no es una hipocresía considerarlas enemigas de la humanidad mientras el producto que ofrecen no haya sido objeto de una prohibición específica por parte de la ley? Hay quienes reclaman esa prohibición, considerando que el Estado tiene la obligación de proteger la salud pública y precaverla contra un producto cuyos efectos son devastadores sobre el organismo. Quienes así piensan han olvidado, sin duda, lo ocurrido con la famosa ley seca en Estados Unidos, que, en vez de poner fin al consumo de alcohol, lo incrementó, y además trajo consigo un aumento feroz de la criminalidad, el contrabando y la violencia callejera. O lo que ocurre hoy mismo con drogas como la marihuana y la cocaína, cuyo consumo, pese a las prohibiciones y persecuciones, aumenta de manera sistemática, así como las mafias y la corrupción que rodea a la poderosísima industria del narcotráfico.
El tabaco es muy dañino, y quienes fuman se juegan no sólo la vida sino la invalidez y la disminución paulatina o brutal de sus facultades físicas e intelectuales, y la obligación de los Estados, en una sociedad democrática, es hacérselo saber a los ciudadanos de modo que éstos puedan decidir, con conocimiento de causa, si fuman o no fuman. La verdad que esto es lo que hoy está ocurriendo en la mayor parte de los países occidentales. Si un estadounidense, francés, español o italiano fuma, no es por ignorancia de lo que ello significa para su salud, sino porque no quiere enterarse o porque no le importa. Suicidarse a pocos es un derecho que debería figurar entre los derechos de la persona humana. La verdad es que esta es la única política posible, si se quiere preservar la libertad del individuo, una libertad que sólo tiene sentido y razón de ser si este individuo puede optar no sólo por aquello que lo beneficia, sino también por lo que lo daña o perjudica. ¿Qué libertad sería aquella que sólo permitiera optar por el bien y lo bueno, y excluyera de la elección todo lo malo y perjudicial?
El alcohol es probablemente tanto o más dañino que el cigarrillo, y sus consecuencias sociales son sin la menor duda más transtornadoras y trágicas que las de la nicotina, como lo prueban los accidentes de tráfico de cada día provocados por las borracheras de los conductores o los desmanes de los hooligans en los estadios ingleses. Y, sin embargo, todavía a nadie se le ha ocurrido desencadenar contra las compañías cerveceras, o las destilerías de whisky y de vodka, las campañas cívicas y legales con que son acosadas las tabacaleras.
Si se reconoce al Estado el derecho de velar por la salud de los ciudadanos hasta sus últimas consecuencias, la libertad -el derecho de elegir- desaparecería incluso de los manteles del hogar. Porque la comida es, acaso, una de las mayores causantes de las enfermedades y catástrofes para la salud que devastan a la sociedad humana. Por exagerado que parezca, más bípedos mueren de comer mucho y de comer mal, que de comer poco o de no comer. De modo que si se confiere a los gobiernos o a los tribunales la decisión final del porcentaje de nicotina que debe permitirse ingerir a los individuos, con la misma lógica habría que autorizarlos a determinar las calorías lícitas e ilícitas que deben componer las dietas de las familias.
Aunque, a primera vista, la decisión de aquel jurado de Miami de multar con esa cifra astronómica a las compañías tabacaleras parezca una medida de progreso, no lo es, pues ella establece un peligroso precedente para coartar la libertad humana.
EL CUESTIONARIO

Responde Mario Vargas Llosa
1.- ¿Cuál es para usted el colmo de la miseria?
Hacer cosas en las que uno descree.
2.- ¿Dónde le gustaría vivir?
Cerca del mar, en un sitio tranquilo, pero vecino a una ciudad grande, con muchas librerías, teatros y cines.
3.- ¿Su ideal de la felicidad terrestre?
No hay "felicidad terrestre". Lo que está más cerca se consigue, pienso, en el absoluto acuerdo entre lo que uno cree y lo que uno hace.
4.- ¿Por cuáles faltas tiene usted la mayor indulgencia?
Aquéllas que se cometen por fidelidad a una pasión.
5.- ¿Cuáles son las obras literarias que usted prefiere?
Mis gustos literarios cambian, pero, en general, prefiero aquellas que presentan una visión más amplia y diversificada de la experiencia humana.
6.- ¿Cuál es su personaje histórico favorito?
No tengo muchos héroes favoritos en la historia: en la literatura, en cambio, sí. En la historia peruana, por ejemplo, citaría a Grau.
7.- ¿Su pintor favorito?
Rembrandt.
8.- ¿Su músico favorito?
Mozart.
9.- ¿La cualidad que prefiere en el hombre?
La generosidad.
10.- ¿La cualidad que prefiere en la mujer?
La femineidad.
11.- ¿La virtud que prefiere?
La lealtad.
12.- ¿Su ocupación favorita?
Escribir.
13.- ¿Quién le hubiera gustado ser?
Un explorador, un bucanero, algún aventurero con una trayectoria complicada y multicolor.
14.- ¿Principal rasgo de su carácter?
La insatisfacción.
¿A qué persona del siglo te hubiera gustado conocer?
A Nelson Mandela. [Ha escrito un artículo sobre él, publicado en El lenguaje de la pasión.
¿Dónde y cuándo en el siglo te hubiera gustado vivir?
Donde nací y donde he vivido en mi época
¿Cuál es el acontecimiento del siglo?
El Holocausto y el Gulag.
¿Cuál es el hecho más importante ocurrido en el Perú?
El más grave: el fracaso de los gobiernos democráticos.
¿Qué hombre del siglo no debió nacer?
Hitler.
¿A qué personaje del siglo deberíamos resucitar en estos días?
A Martin Luther King.
¿Cuál es la mayor mentira del siglo?
La de la sociedad perfecta inventada por los ideólogos.
¿Qué invento de la modernidad te parece imprescindible?
El cine.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)